ESPACIO ES ESPACIOS. (2014) Proyecto Vidriera Fundacion Osde
Iluminar el espacio
“En el inicio está el espacio y la ocasión de hacer algo”
La frase del inicio afirma, casi con seguridad ingenua, una de las cualidades del arte contemporáneo; a saber, el desparpajo para apropiarse de todo sitio en el cual pueda instalar una obra. De igual manera, sabemos que muchos de los nuevos espacios museísticos se instalan en arquitecturas destinadas originalmente a otros fines que son luego reocupadas para el arte. Desde la práctica artística y desde las instituciones que lo acogen, el debate acerca de méritos y desventajas del cubo blanco parece haber sido ampliamente superado por el hacer mismo y, claro está, obra y exposiciones están ahora, sin artilugios, cara a cara con el espacio, condicionadas por aquel y por su memoria (la del espacio).
El problema, como un contundente hilo, atraviesa la obra de Carola Zech, y ella lidia con él en permanencia. Sin embargo, si históricamente los artistas fueron conscientes del efecto que el continente ejercía sobre la obra –y a partir de determinado momento, insistieron en distanciarse y diferenciarse de él– el procedimiento Zech remite al de los escultores medievales y a la apropiación que hacían del espacio para inscribirse en él. Solo que la artista toma el espacio asignado no para tenerle contemplación (aunque también) sino para hacerlo estallar.
Así, en los tres trabajos realizados en la Fundación OSDE el sitio es tomado como centro, y la activación que la artista realiza de él refiere fundamentalmente a la arquitectura y su iluminación. Y si en ocasiones los trabajos de Carola Zech activaron el sitio mediante la marcación de rastros originales y huellas de la memoria, en los tres trabajos en cuestión la obra, lejos de ocultar la arquitectura (o limitarse a señalarla), se apoya en ella para subrayarla, extenderla y exhibirla en los límites de la tensión. Ninguna de las tres intervenciones tuvo la calma de sus construcciones más (aparentemente) bidimensionales.
Para la exposición El Espacio en Cuestión, la artista concibe Magnético 107 (2010), una obra realizada a partir de sus módulos de acero policromado. Con ellos construye un objeto extendido entre dos columnas pintadas una de gris y la otra de azul. La horizontalidad de la obra era así contenida, o se prolongaba, en esos dos cuerpos verticales y neutros existiendo solo para y por esos dos elementos que le brindaba la
arquitectura. En Magnético 245 (2013-14), para la exposición Geometría. Desvíos y Desmesuras, planos de color rectangulares (sus barras de metal) abrazan la bidimensionalidad del muro y rodean la columna para extenderse luego en la pintura de pared y columna. El reflejo de la obra se percibía a la distancia y vinculaba pared, muro y alrededores delimitando una ‘zona Zech’, incluso sobre el vacío, eludiendo el límite de lo material.
En ambas obras la artista se nutre de disciplinas diferentes y la contaminación y síntesis de dos (o más) materialidades potencia la apropiación del sitio (o la espacialidad extensa de la obra).
Luego fue la instalación Espacios es espacios (2014), en la vidriera del edifico Maple, no ya una exposición colectiva sino una convocatoria realizada desde la institución. Se trataba de trabajar con las particularidades del espacio dado, un lugar pensado para la exhibición de objetos cuyo objetivo era adelantar algo de lo que sucedía en el interior. La obra pertenece claramente a la tipología de las instalaciones no recorribles, un trabajo que enfrenta al espectador, lo más parecido a la pintura en su cualidad contemplativa. Sin embargo, Zech no se contentó con ese encierro, produjo una sensación de límite, de situación de tenso equilibrio factible de romperse si se producía el mínimo movimiento de alguna de las piezas. Más aun, no soportó la lejanía del espectador y caviló el modo de introducirlo. Señaló un emplazamiento con un espejo y si el espectador se paraba en un determinado punto era reflejado y llevado al espacio de los módulos . Por otro lado, si en las dos primeras obras la artista trabaja en función de la ortogonalidad de muros y columnas, para la vidriera trabajó en función de trazos de diagonales (y de allí a la curva de la arquitectura)
Es siempre fascinante asistir, a la distancia, al proceso creativo de la artista, contemplar sus gestos en torno al sitio dado; como si se tratara de un gato en nuevo territorio ella lo recorre, lo mesura, lo siente en su cuerpo y en la totalidad, entra y sale, reflexiona. Descansa y nuevamente recomienza el recorrido. Este proceso puede durar días o meses, y luego se produce un derrame, una catarata de dibujos y maquetas, de posibles obras, en las que la disposición formal de las piezas y el color y sus variantes son también infinitas posibilidades. Parece que Zech reafirma los dichos de Boris Groys cuando él afirma que en el espacio de la instalación reina la voluntad soberana del artista y que este no tiene que justificar públicamente los objetos que seleccionó ni sus decisiones referidas a la organización del espacio. En todo el proceso de preparación de la obra (ese deambular real y mental de preparación de las maquetas y/o dibujos), la artista está apropiándose del sitio que redundará en la instalación misma, cuyo soporte material es el espacio y no los elementos escogidos para apropiarse de él circunstancialmente (pintura, placas metálicas, imanes cintas, vinilos u otros), aunque claramente importen.
Si, como señala acertadamente Juan Cruz Pedroni en este mismo libro, en Como el viento (la exposición del Museo Nacional de Bellas Artes de Neuquén de 2016) Zech pone en escena la dispersión, es posible pensar que las tres instalaciones que mencionamos, engañosamente estables, anunciaban ya el estallido y el descontrol azaroso que se producirían luego. Unas y otras aparecen como el resultado de una concepción del uso del espacio que apuesta a transformar el sitio para quien lo mira o lo circula, pues modifican la manera de verlo. En definitiva, para Zech se trataría, más que de iluminar el espacio, de encenderlo.
María Teresa Constantín